El cambio de modelo implica una nueva forma de producción y consumo, basada en el desarrollo sostenible y un enfoque territorial / SEGEPLAN Guatemala, 2005
Las visiones territoriales reivindican las dimensiones básicas de tiempo y espacio, adjudicándole el sentido histórico que tienen las construcciones sociales. La historia recoge procesos de largo plazo que se manifiestan en el espacio y territorio que vemos hoy como una imagen de la realidad, como un acumulado. Una reflexión sobre el futuro, por tanto, ha de ser una extensión, proyección de esta historia.
En esta ponencia, quisiera plantear una reflexión sobre los aspectos que aportan las visiones basadas en enfoques de territorio a la construcción de las imágenes de futuro, a nuevas alternativas de desarrollo, a nuevas formas de ordenamiento político y social.
Prospectiva para orientar el desarrollo
Para enfrentar el desafío de pensar el futuro, es necesario partir del sentido histórico de la construcción social. Muchas visiones voluntaristas o excesivamente normativas, entienden el futuro como algo moldeable a partir de intervenciones exógenas, que regulan sobre los resultados o metas deseadas, sin un cabal reconocimiento de los procesos que se han de producir en el camino de alcanzarlos. Todos queremos una sociedad sin pobreza, sin desigualdad, con equilibrio ecológico, con paz y convivencia. Sin embargo, diferimos en los valores, la razón de ser, el sentido mismo de una sociedad que logre estos objetivos, básicos, mínimos, necesarios para el reconocimiento de una sociedad humana. Estas metas son el punto de partida de la conformación de una sociedad, pero no da cuenta de sus visiones y metas de futuro. En síntesis, en una dimensión histórica, en un sentido filosófico, esto no es suficiente para visualizar y entender esa visión de futuro.
Hacer ejercicios para descubrir una imagen del futuro implica la exploración de los más grandes temas y visiones de sociedad, de seres humanos y de razones de ser.
Si partimos de aceptar que hay diversas alternativas de futuro, diferentes formas de sociedad, con valores, principios, rumbos, sentidos de la satisfacción y felicidad, es claro que tenemos que aceptar que hay un abanico de posibilidades, diferentes de un único ideal, basado en lo básico, de consumo, bienestar, productividad y crecimiento.
No se niega que estas metas de futuro son necesarias, pero evidentemente, no son suficientes. Quisiera intentar una exploración partiendo de la idea de que una visión de futuro debe superar los objetivos básicos de desarrollo humano, centrados en no hambre, no violencia, no marginación, para pasar a una visión más profunda de la razón de ser de esas sociedades.
Ahora, si bien hay enorme coincidencia en el objetivo de encontrar esas metas, no necesariamente hay consenso sobre los caminos que nos pueden llevar a su logro. Quiero aventurar la hipótesis de que estas marcadas, muchas veces enconadas, diferencias, se debe a que subyacen muy diferentes percepciones de la visión de sociedad, valores y razones de ser. Objetivos comunes, en lo básico, pero una ausencia de discusiones y reflexiones sobre las metas que van más allá de esos objetivos mínimos.
La idea atrevida del fin de la historia que circuló al final del siglo pasado, ilustra con claridad esta enorme dificultad y equívoco, respecto a aceptar que hay una única visión de futuro. No sólo es imposible aceptar la idea de un único futuro, sino la idea de que este único sea el modelo insostenible actual. Los enfoques territoriales nos ofrecen nuevas opciones que debemos explorar con un sentido histórico de futuro.
En el caso de sociedades con profundas raíces culturales en pueblos milenarios, como es el caso de Guatemala, hablar de historia, es hablar de amplios horizontes de tiempo, que superan nuestras costumbres de tratar el pasado y futuro en tiempos que a duras penas superan los períodos de gobierno. Las categorías que solemos usar para realizar análisis prospectivo se catalogan en períodos de corto plazo, no más de dos años, mediano plazo, no más de cinco años y largo plazo, pocas veces más de diez años. En esta oportunidad quisiéremos introducir un horizonte temporal mayor que estos y pensar que la categoría de futuro se mide, no en años, sino en generaciones.
Al introducir estas dimensiones temporales, podemos apreciar tendencias que permiten entender la dimensión de los desafíos de las actuales y siguientes generaciones. El punto central de esta reflexión, parte de considerar la sociedad humana desde sus orígenes prehistóricos. Varios miles de generaciones nos separan de nuestros ancestros ya organizados como sociedades humanas. Miles de generaciones que no conocieron las preocupaciones de insostenibilidad intergeneracional de sus modelos y formas de vida. Tan solo las cuatro últimas generaciones, pero especialmente, tan sólo, la anterior a la nuestra, la actual y las tres o cuatro que nos sucederán, se ven enfrentadas al desafío de encontrar una ruta que permita el logro de sus objetivos, sin poner en riesgos los de las generaciones próximas. Este no es un dilema menor, es la manifestación dramática de la enorme contradicción de insostenibilidad del modelo actual, cuya viabilidad depende del sacrificio de las posibilidades de amplios sectores y de las generaciones por venir.
El gran desafío de la sostenibilidad radica en la necesidad de rescatar uno de los fundamentos más contundentes, pero menos atendidos, de las declaraciones de Río de 1992. Allí se estableció que el desarrollo sostenible implica un cambio en la cultura de producción y consumo. Es una sentencia subversiva, no hay duda, que conduce al replanteamiento de los modelos de desarrollo imperantes, en particular, del pensamiento único, que considera que el progreso está basado en el impulso del consumo a cualquier costo.
El dilema parte del reconocimiento de la incompatibilidad de las metas de crecimiento económico, reducción de las desigualdades y pobreza y el equilibrio ambiental. La lógica del crecimiento económico actual, se basa en estimular patrones de consumo basados en una enorme desigualdad. Mientras más del 60% de la población humana se encuentra en niveles de consumo que no alcanzan a cubrir sus necesidades básicas, el 10% de la población más rica, consume cincuenta veces más que el 20% más pobre. Las estrategias de desarrollo dominantes en la mayor parte de nuestros países, buscan reducir la brecha de consumo que los separa de los países más ricos y, a su interior, busca reducir la brecha de consumo de los más pobres con los más ricos. Es decir se busca afanosamente elevar las curvas de consumo para, de esa forma, reducir la porción de la población por debajo de la línea de pobreza.
Sin embargo, a pesar de que sólo una porción minoritaria de la población tiene niveles altos de consumo, hay evidencias que indican que la existencia de sobre-explotación de recursos y excesivo consumo de energía, están produciendo daños irreversibles en el medio ambiente.
Alcanzar el desarrollo, como está concebido hoy, para reducir la pobreza, implicaría elevar en muchas veces el consumo de recursos y energía, con lo cual el problema ambiental explotaría. Limitar el crecimiento económico, manteniendo su actual cultura de producción y consumo, con el propósito de conservar el ambiente, implicaría elevar a cifras insostenibles la pobreza.
En forma irresponsable, la humanidad navega en un modelo que claramente no puede solucionar simultáneamente el problema ambiental y el de desigualdad y pobreza. La globalización ha puesto sobre el tapete la dimensión de esta contradicción, cuando ha logrado que las dinámicas de mercados más integrados e interdependientes, contribuyan a la venta y expansión de esas visiones de desarrollo, progreso, bienestar y felicidad.
Sostenibilidad del modelo de desarrollo y la pobreza
Los análisis desde la perspectiva de la sostenibilidad traen al escenario preocupaciones sobre la replicabilidad del modelo económico. En el largo plazo, la economía de mercado no evidencia ventajas reales para incorporar los verdaderos costos y restricciones de la apropiación de recursos y energía disponibles en el planeta. La distribución actual indica una aplicación asimétrica que se expresa en una concentración del consumo en una porción minoritaria de la población con niveles de apropiación muy superiores a los mínimos utilizados para resolver la pobreza.
Como se puede apreciar en los estudios sobre este tema, cerca del 50% de la población de América Latina vive con niveles inferiores a los mínimos necesarios para garantizar un nivel mínimo de consumo, es decir por debajo de la línea de pobreza que establece un consumo de subsistencia. Pero fácilmente el 68% de la población se encuentra por debajo de consumos aceptables para mantener niveles que garanticen una vida que vaya más allá de la subsistencia.
El monto de los recursos incorporados para el logro de las condiciones mínimas de vida de los más pobres es insuficiente, para solucionar sus necesidades básicas y para que participen activamente en la dinámica de la economía: demanda – oferta. La porción más rica soporta esta dinámica en forma de concentración de consumo.
Dos conclusiones dramáticas de este modelo expresan su insostenibilidad: dada una restricción de recursos y energía disponibles (lo cual se expresa en deterioro ambiental), la solución a la pobreza bajo el modelo existente impide desplazar la curva de consumo hacia arriba, limitando la posibilidad de acceso de los más pobres. La segunda opción implica el reducir el consumo de los más ricos, lo cual implica la pérdida de consumos que dinamiza el crecimiento de las economías, en particular de las más desarrolladas.
En casos en los cuales se han hecho desplazamientos reales de la curva se han evidenciado serios problemas de dinámica económica y competitividad: Los más notorios son los existentes en los países con economías centralmente planificadas.
Este modelo es insostenible en el presente, porque no permite que se replique a toda la población, pobre y rica, y hacia el futuro, en la medida en que la restricción de recursos y energía disponibles siga manifestando crisis.
La globalización ha acelerado los procesos de integración económica reforzando la importancia de los consumos extraordinarios de porciones minoritarias de la población.
La distribución se repite en cada uno de los países de la región, en algunos con mayor concentración que en otros. Cada una de las burbujas de minorías con altos consumos y los sectores económicos que se desarrollan bajo el influjo de sus consumos, están en mejor disposición de integración.
La economía en la parte superior de la curva de consumo presenta mejores oportunidades de crecimiento, ya que las elasticidades ingreso son mucho mayores que las de los productos y servicios orientados a las porciones más pobres. Aquí se expresa el mayor dilema del desarrollo sostenible.
La economía agropecuaria está orientada a proveer alimentos que se encuentran mayoritariamente en la primera parte de la gráfica, esto es que tienen posibilidades de expansión en la porción más pobre y con mercados cuyas elasticidades son bajas. Esto se produce el tiempo que se manejan estimaciones de FAO de que la demanda de alimentos del mundo se ha de duplicar en los próximos veinte años.
En la visión de largo plazo, la gráfica apunta a la profundización del patrón de distribución de consumo, ya que el mercado no está agregando los costos marginales crecientes de la incorporación de recursos cada vez más escasos y que generan la insostenibilidad y, necesariamente, el agotamiento del modelo.
Esta reflexión obliga una visión más amplia de la naturaleza de los modelos económicos aplicados. Aceptando que el crecimiento es necesario para la superación de la pobreza, el desafío se centra en la definición del tipo de crecimiento requerido y las condiciones de operación de la economía que garanticen que este opere en la dirección de mayor distribución y, por ende, de menor pobreza. Igualmente, se enfrenta el reto de convertir la transición en un proceso económico que debe tener la capacidad de dar soporte a la dinámica productiva total.
Esto permite concluir que:
- El desarrollo sostenible no se agota en el tema ambiental
- Lo más importante de la sostenibilidad es su pregunta sobre “la razón de ser del desarrollo”, antes que las características de ese desarrollo
- La Declaración de Río en 1.992 estableció que “… el Desarrollo Sostenible implica una nueva cultura de producción y consumo …”, como sentencia subversiva al modelo de desarrollo imperante
- El consumo como motor básico del desarrollo se agota en sus propias contradicciones
- El problema del desarrollo sostenible es el de compatibilizar un modelo de economía con uno de equidad y otro de conservación ambiental
- La equidad y la conservación son irrenunciables
- El desafío es, en últimas, el de encontrar un nuevo modelo de desarrollo
- La globalización tiende naturalmente a imponer una visión de futuro integrada, homogénea de desarrollo
- La diversidad de los territorios (naciones, regiones, localidades) tiende a diluirse en esta visión, perdiendo especificidad
- La visión única de un modelo insostenible no es natural a la globalización, es producto de falta de democracia en su construcción
- ¿Puede haber una visión de futuro que albergue las visiones de todos, desde lo local, hasta lo global, y que al tiempo sea sostenible?
Desarrollo sostenible
Después de la formulación de la Declaración de Río que marcó un nuevo paradigma para el desarrollo, los cambios experimentados en las orientaciones generales del desarrollo son extraordinariamente pobres. La preeminencia economisista de las visiones dominantes, contrastan con los elementos básicos de la sostenibilidad allí promulgada y de los compromisos adquiridos en las Convenciones Ambientales de allí emanadas en el campo de la biodiversidad, el cambio climático o desertificación.
El desafío de un desarrollo que considere el derecho a las oportunidades de las generaciones futuras o, más dramático aún, de un modelo que supere la idea actual de un desarrollo que es posible sólo en cuanto sea para unos pocos, arrastrando la exclusión como un componente inherente y estructural. La frase contundente contenida en la Agenda 21, y la posterior Agenda 2030, respecto a que el desarrollo sostenible implica una nueva cultura de la producción y el consumo, sigue ajena a los libretos del desarrollo. La pobreza, entendida en su restringida acepción de bajo consumo, pone de manifiesto la dimensión del desafío de la sostenibilidad, ya que es inconcebible que mientras el 70% de la población mundial esté en niveles de subconsumo, los indicadores ambientales nos estén mostrando que el mundo ha ingresado en una era de excesivo e irracional consumo de energía y de recursos.
En este sentido, el desarrollo sostenible, aparece como una propuesta altamente subversiva del orden actual, generando profundos interrogantes sobre el modelo que tenemos en marcha. Al revisar las estrategias de sostenibilidad que se construyen queda claro una tendencia al rechazo de la fragmentación de la vida social que la economía ha impuesto, obligando a reincorporar la relación naturaleza-sociedad en la construcción de la civilización futura.
Pese a lo expresado por muchos de los discursos desarrollistas, seguimos apegados a la fragmentación de la realidad, donde la naturaleza sigue siendo una fuente de recursos para un desarrollo antropocéntrico, con estrategias que han separado la economía del resto de dimensiones de la vida, a extremos alucinantes como aquel, igualmente dominante, que pregona que el que contamina paga. Las propuestas de integración multidimensional que caracteriza la propuesta del enfoque territorial, se alimenta de esta necesidad de contar con visiones que partan de las interdependencias entre las dimensiones ambientales, económicas y políticas.
Modelos alternativos de desarrollo
Consecuencia obvia de esta visión esperanzadora del desarrollo sostenible es el cuestionamiento de la idea de una visión universal y única de desarrollo o de progreso, como equivocadamente se plantea como efecto normal de la globalización. El pensamiento único, el fin de la historia y otros conflictivos temas esbozados como verdades se hacen añicos frente a la contundencia de la realidad. El desarrollo es un tema que tiene raíces culturales profundas que se expresan en la concepción de un sentido del bienestar que cambia de sociedad a sociedad.
El debate está abierto y tiene muchas vertientes que desbordan esta reflexión, pero que permite entender que más que la meta del desarrollo sea relativo o diverso, lo que ocurre es que la concepción de desarrollo es cultural y que, en consecuencia, de acuerdo con los patrones culturales existirán patrones de desarrollo. Se puede decir que hay unos mínimos básicos que atienden a los derechos fundamentales o a metas tales como el crecimiento, la distribución, la gobernabilidad, la convivencia o la sostenibilidad, que no tienen mayor margen de diferenciación, pero la realidad es que si que la tienen. No es cualquier crecimiento, no es cualquier sentido de la equidad, no es cualquier gobernabilidad, mucho menos cualquiera estabilidad, pero mucho menos, puede ser una única y universal determinada por una cultura políticamente dominante.
El desafío del desarrollo actual y, por qué no decirlo, de la paz mundial, es el de encontrar esa polifonía de visiones, la convivencia de visiones diferentes, entre las cuales se construya un sentido del desarrollo que cumpla realmente con los presupuestos de un desarrollo sostenible. No hay forma de concebir estas alternativas sino se hace desde la idea de entender la integralidad de la cultura estrictamente ligada a los territorios.
De la diversidad a la interculturalidad
Diferenciación cultural. El territorio, al ser una construcción histórica que incorpora las dimensiones ambientales, económicas, sociales, institucionales y políticas, define una identidad, un carácter. Este se conforma de valores, significados, visiones compartidas, códigos, íconos, tradiciones, folclore, aspectos que constituyen la cultura, tema que será tratado adelante en profundidad.
Sin embargo, hay otros elementos claves asociados al desarrollo que igualmente diferencian los territorios, se trata de las estructuras económicas, las redes sociales, las instituciones, que reflejan, dibujan o escriben con mayor nitidez el carácter del territorio. Los sistemas productivos que caracterizan a un determinado territorio, son diferentes de otros, aún en igualdad de condiciones de dotación de recursos, de accesos a mercados o de niveles tecnológicos, diferencias atribuibles a las mismas diferencias de visiones. En este sentido integral, la cultura es envolvente de la complejidad que compone el espacio y por tanto adquiere una dimensión preponderante, de sobredeterminación sobre el tipo de desarrollo en cada territorio, pero, más allá, una sobredeterminación sobre los procesos mismos de desarrollo, de los mecanismos de organización social, de los incentivos para las políticas, de las motivaciones, de las explicaciones posibles para que las condiciones subjetivas para el desarrollo mismo, se conviertan en fundamentos de una estrategia política determinada.
Uno de las más grandes talanqueras que se reconocen a muchas de las estrategias de desarrollo emprendidas por nuestros países, han sido las visiones homogenizantes que las caracterizan y que se han enfrentado con enormes dificultades de apropiabilidad, sostenibilidad y resultado. En esencia, se argumenta que la falta de reconocimiento de esa cultura, de esa diferenciación, es la base de verdaderas catástrofes de gasto público.
Heterogeneidad-diferenciación. El reconocimiento de las diferencias en los objetos o beneficiarios de las diferentes estrategias de política pública no han estado ausentes de los mecanismos de aplicación, resultaría injusto no reconocerlo, sin embargo sus aplicaciones distan mucho de ser una aceptación real de esta diferenciación cultural.
La heterogeneidad reconocida se ha basado en la idea de que los diferentes actores tienen condiciones objetivas que los distinguen. Se han establecido categorías o tipologías de beneficiarios de políticas soportadas en criterios de tamaño, sector productivo, tenencia de la tierra, condiciones étnicas, posición frente a los mercados o capacidades, con lo cual se ha impuesto la necesidad de enfrentar la heterogeneidad con políticas diferenciadas, entendidas estas como principios de aplicación que hacen que una política, tecnológica por ejemplo, deberá aplicarse diferencialmente según el tipo de desarrollo de capacidades de los receptores de la estrategia.
El instrumento técnico generado para ello se centra en esquemas de focalización, esto es, de identificación, individualización, de aquellos elegibles para acceder a un determinado programa o para participar en un proyecto. Estos modelos de focalización han sido ampliamente aplicados e incorporados a los reglamentos de operación de la mayor parte de las políticas de desarrollo rural de nuestros países. Uno de las más notables aplicaciones de estos principios de diferenciación y focalización se destaca en las denominadas políticas de discriminación positivas que buscan aplicar un criterio progresivo que concentra sus objetivos en subsanar condiciones de discriminación o de brechas entre actores sociales, casos como las estrategias de género o de atención a poblaciones marginales, ejemplifican bien estos esquemas.
De las estrategias diferenciadas a las autonomías. La incorporación de la dimensión cultural como uno de los fundamentos de la definición de políticas públicas conduce a un desafío realmente nuevo en el escenario de los decisores de políticas públicas. Si bien ha sido muchas veces identificado y planteado, se le ha visto principalmente como un criterio externo, de entorno, que determina, en la mayoría de los casos una dificultad, un impedimento para el buen suceso de loas estrategias.
Es lugar común, no exclusivamente de opiniones triviales sino en las bases profundas de los sistemas de planeación, que en el mayor enemigo de la América Latina pobre y marginada es su cultura, su pobre espíritu emprendedor, su falta de capacidad de sacrificio, de esfuerzo o de seriedad. Abundan los ejemplos de estrategias aplicadas en cambiar la cultura, en mejorarla, asumiendo que existe una cultura del atraso, una cultura de la holgazanería, una cultura de la violencia, una cultura de la pobreza. Una común conclusión de ello ha sido la necesidad de establecer sistemas de formación-capacitación basados en la idea de realizar procesos de reeducación o de reculturización. Hay estrategias que buscan crear capacidades de gestión y planeación, que se encuentran frecuentemente con estos predicamentos, buscando realizar cambios en la cultura para ajustarla a los propósitos de la política.
En oposición han surgido enfoques que parten de la consideración que a la heterogeneidad y diversidad no es posible responderse con estrategias diferenciadas y focalizadas, sino que es necesario dar pasos definitivos en la construcción de procesos autonómicos, donde los grados de libertad para la integración y el diálogo entre cultura y política sea amplia, abierta, real y propositiva.
De esta forma se encuentra que:
- La diversidad es la expresión de la riqueza de una sociedad
- Las expresiones de la historia, la tradición, el desarrollo y las formas de organización de la sociedad son la fuente de las visiones de futuro
- La cultura es la síntesis de la riqueza humana de su capacidad enfrentar ese futuro
- La globalización es rica en tanto se alimente e integre esa riqueza cultural
- Una visión de futuro sostenible será aquella que surja de la integración de estas visiones, culturalmente determinadas
Espacio, identidad, territorio, territorialidad. El territorio como eje de una política pública de desarrollo trae consigo una serie de conceptos que ayudan a comprender la naturaleza misma de su objeto de trabajo. Si bien, más adelante se profundiza en estos, es menester tener presente las interpretaciones que de ellos se hacen en el presente capítulo, como punto de partida de una reflexión que ha de conducirnos a encontrar respuestas a las preguntas instrumentales que han de mostrar las exigencias y posibilidades que introducir este enfoque, puede traer sobre las estrategias de desarrollo rural.
En primer lugar, ha de establecerse que partimos del espacio como el conjunto de elementos y dimensiones que lo componen y sus relaciones o flujos, incluyendo la base material natural o construida, las actividades económicas que en el se desarrollan, las estructuras sociales que se generan y sus interrelaciones, las instituciones construidas y las reglas de juego, valores y códigos adoptados.
En el espacio se generan, como producto de los procesos históricos que determinan su construcción, procesos de adscripción de la población a ese espacio, definiendo rasgos distintivos y expresión de características propias de cada espacio, reflejándose en una manifestación que denominamos identidad. Esta aparece como el carácter que expresa el puente de apropiación que realizan las personas a su espacio, el cual puede tener atributos étnicos, culturales, económicos o políticos. En este caso estamos restringiendo el tema de identidad a su naturaleza espacial, ya que no se puede desconocer que esta abarca y aplica a otras dimensiones y expresiones no espaciales, como pueden ser los rasgos diferenciadores, que expresan preferencias religiosas, políticas, estéticas o sexuales, las cuales igualmente constituyen rasgos identitarios, pero que no siempre se manifiestan adscritos a un espacio.
Ahora, entendemos por territorio, la dimensión política del espacio, cuando este es referido, reconocido, identificado, como una unidad de gestión política que lo distingue y le asigna o atribuye una existencia institucionalizada de cualquier forma. No necesariamente un territorio debe constituir una entidad territorial, del tipo municipio, provincia, departamento o estado, sino que basta con que sea reconocido en la dimensión institucional como una unidad que puede gestionar o interactuar ante la institucionalidad, como lo puede ser una cuenca, una unión de entidades territoriales, un espacio de nítidas características étnicas o un espacio determinado por redes económicas claramente caracterizadas.
El territorio, en este sentido puede, inclusive, llegar a constituir espacios discontinuos. Ahora, un elemento central de la reflexión que nos ocupa, es el hecho de que la identidad, como expresión de los rasgos diferenciadores, distintivos, de la población perteneciente a un espacio, se convierte en el espíritu esencial, básico, estructurante del territorio, sirviendo, no sólo a la posibilidad de describir o caracterizar un territorio, sino, más importante, a la orientación y ordenamiento de las estrategias de desarrollo, soportando y definiendo el carácter de las fuerzas motoras que permiten avanzar en el logro del bienestar.
En el marco político institucional, la identidad asociada al territorio se expresa como territorialidad que denota el sentimiento político, la energía social, la voluntad colectiva, que hace que existan sentimientos como el nacionalismo, patriotismo, regionalismo, amor por el terruño y otras muchas manifestaciones de una fuerza social objetiva, de cuyo reconocimiento y comprensión depende la viabilidad de muchas de las estrategias de desarrollo.
De allí que se pueda afirmar que:
- La identidad es la expresión diferenciadora de una cultura que se expresa frente a los desafíos que enfrenta una sociedad, uno de ellos, la formulación de una visión de futuro
- Cuando la identidad es expresión atada a un espacio concreto y se manifiesta como energía social en defensa de si misma, se constituye el territorio
- El territorio es construcción social, histórica y cultural que tiene una identidad que le imprime un sentido de acción política
- Esa acción llamada territorialidad contiene una visión de futuro, una forma de ser y de hacer, pero sobre todo, una forma de soñar y desear el futuro
A manera de conclusión
Siendo que se requiere un nuevo modelo de desarrollo que responda a una nueva visión de futuro la pregunta sobre su factibilidad, es respondida por el aporte que la territorialidad pueda hacer a la construcción de una visión de futuro
- Guatemala es una nación rica en cultura, identidad y territorialidad, es una fuente inagotable de visiones de futuro, desde los territorios
- El desafío del desarrollo sostenible tiene una vía de resolución a través del reconocimiento de las visiones de futuro de los territorios
- Para que esto sea realidad se requiere fortalecer procesos que democraticen la visión de nación, que la enriquezcan desde los territorios
- La visión de futuro que nace de los territorios, que rompa las visiones únicas, insostenibles, basadas en consumo, tienen nuevas oportunidades desde las visiones locales y regionales
- El futuro del desarrollo territorial está basado en el reconocimiento de sus implicaciones en las visiones de futuro de la sociedad
- La planeación estratégica territorial, las estructuras de consejos o la descentralización se fortalecerán en la misma medida en que la sociedad valore el proceso territorial como un camino de futuro, un camino para las próximas generaciones